El impacto es aún mayor en niños y adolescentes, quienes atraviesan una etapa crucial de formación y son especialmente vulnerables a estas influencias. ¿Cuántas veces un niño ha sido llamado “malo” solo por una acción puntual? ¿Y cuántas veces esa etiqueta ha influido en su comportamiento futuro?
El siguiente video, titulado "Las etiquetas son para las latas", invita a reflexionar sobre los prejuicios que albergamos y cómo estos pueden perjudicar tanto a los demás como a nosotros mismos. Nos recuerda la importancia de ir más allá de la primera impresión y conocer a las personas sin reducirlas a un solo rasgo o comportamiento.
No es lo mismo decir “eres un niño malo” que “estás teniendo un comportamiento inadecuado”. Las palabras que usamos no solo describen, sino que también moldean la percepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás.
Juzgamos con facilidad, etiquetando a las personas según sus acciones sin considerar el contexto. Sin embargo, estas etiquetas suelen basarse en juicios rápidos y subjetivos, reflejando más la perspectiva de quien etiqueta que la realidad de la persona etiquetada. En lugar de encasillar a alguien, deberíamos cuestionar su comportamiento sin reducir su identidad a un solo rasgo.
Esto es especialmente crítico en el ámbito de los diagnósticos psicológicos y psiquiátricos. Una etiqueta diagnóstica puede ser útil para comprender ciertas dificultades y acceder a apoyo adecuado, pero también puede convertirse en un ancla que define a la persona más allá de su circunstancia.
Un niño con TDAH, por ejemplo, no es "un niño problemático", sino un niño con características y necesidades particulares. Si se le reduce a la etiqueta, existe el riesgo de que tanto él como su entorno limiten su identidad a ese diagnóstico, impidiendo su desarrollo pleno.
Si constantemente le decimos a alguien que es "torpe", "despistado" o "conflictivo", es muy probable que termine creyéndolo y actuando en consecuencia. Cuando una etiqueta se convierte en destino en lugar de una descripción temporal, se pierde la oportunidad de evolucionar y crecer.
Nuestra identidad no está escrita en piedra, como seres humanos, tenemos la capacidad de cambiar y adaptarnos, pero para ello necesitamos un entorno que fomente el crecimiento en lugar de limitarlo.
Las etiquetas, incluidas las diagnósticas, pueden ser herramientas útiles cuando se usan con responsabilidad, pero si se convierten en sentencias inmutables, terminan obstaculizando el desarrollo. En lugar de promover la comprensión y el reconocimiento del progreso—pilares fundamentales de la educación y el crecimiento personal—, pueden hacernos creer que somos una categoría fija en lugar de una identidad en evolución. Si creemos que no podemos cambiar, no lo haremos.
Además, hay que recordar que la percepción es subjetiva; no todos nos ven de la misma manera. Un diagnóstico puede aportar claridad, pero no debe definirnos ni limitarnos a una única narrativa. Como dijo Goethe: "Trata a las personas como si fueran lo que deberían ser, y las ayudarás a convertirse en lo que son capaces de ser".
¿Qué te ha parecido el recorrido? Estaré totalmente encantada de recibir tus aportaciones, discrepancias y demás comentarios. ;)
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